No castelo, ponho o cotovelo/ Em Alfama, descanso o olhar/ E assim desfaz-se o novelo/ De azul e mar












Lisboa no meu amor, deitada/ Cidade por minhas mãos despida/ Lisboa menina e moça, amada/ Cidade mulher da minha vida
Lisboa no meu amor, deitada/ Cidade por minhas mãos despida/ Lisboa menina e moça, amada/ Cidade mulher da minha vida
Ya decía la canción de Katie Melua. “En una isla desierta, estas son las cosas que yo guardaría”. Mi colección de juguetes.
Las vueltas a casa son siempre nostálgicas y este año me ha dado para sacar del baúl a mis juguetes y libros de la infancia. Así surgió este post, en parte también inspirado por un artículo que El País publicó ayer sobre helados ochenteros.
La verdad es que hace unos cuantos meses ya añoraba hojear los libros que han marcado mis primeros años, que me han ayudado a definir como persona y, desde luego, a entender qué era estilo. De entre ellos, ningunos me han marcado más como los libros de Anita.
En Portugal llamamos de Anita al personaje de cuentos infantiles creado en 1954 por el ilustrador belga Marcel Marlier. Su nombre original es Martine y en España, por ejemplo, se conoce como Martita. En EEUU es Debbie, en Suecia es Mimmi, en Italia es Cristina… Pero es igual el nombre que le demos, lo importante es que esta niña de cinco años, su hermano y su perrito son parte de mi vida.
Aquí el primer libro se publicó en 1965, Anita ama de casa, y yo lo tenía. Y este es exactamente el detalle más curioso sobre mi colección de historias de Anita. Anita ama de casa, a semejanza de todos los demás títulos, no vino a parar a mis manos porque yo lo haya buscado o porque yo haya ido detrás de él durante años, mirando en ferias de antigüedades, tiendas de coleccionistas u online. ¡Mi Anita ama de casa, antes de ser mío, fue de mi madre! Supongo que el truco para agradar a tantas generaciones de mujeres está en la simplicidad de los textos de Gilbert Delahaye y en la falta de malicia. Mi madre sabía que leerlos no me haría cualquier daño, todo lo contrario. El respecto por su familia, el amor por los animales, la curiosidad de niña lista, el sentido de la responsabilidad son algunos de los valores que nos cuentan sus libros y que actualmente, a menudo, echo a faltar. ¡En la literatura y no sólo!
Pero el mérito más grande es sin duda de las ilustraciones, que a partir de la muerte del creador de Anita en 1997 han pasado a ser imaginadas por su hijo, Jean-Louis Marlier. Con sus dibujos uno y otro han logrado transportarnos a mundos de fantasía. Todas queríamos ser Anita. Bueno, ¡yo al menos! Me recuerdo que me encantaban títulos como Anita en las clases de ballet, porque esta era una actividad que siempre soñara hacer pero que mi madre nunca me dejo porque decía que yo era muy gordita. Supongo que tenía miedo de la crueldad de las demás niñas, con cuerpos más delgados que iban creciendo modelados por la danza. Pero las clases de ballet son algo que me falta hasta hoy. Y Anita las hacía.
Tampoco olvido a Anita y el pajarito. En el libro ella cuida a un pajarito pequeño, lo alimenta, lo ayuda a aprender a volar y al final lo liberta. En el patio de mi casa de vacaciones siempre encontrábamos pajaritos bebés que habían caído de sus nidos y que se veían tan indefensos. Pero o mí, al contrario de lo que pasaba con Anita, no me inspiraban ninguna compasión. Me daban miedo. No sabía que hacer con ellos, aunque me hubiera gustado ser tan altruista como Anita y haber tenido el valor de ayudarles a vivir.
Pero lo mejor de todo, y lo que me fascinó estos días cuando recuperé mis libros y me puse a hojearlos, son las ropas de Anita. Como en la foto de arriba, su vestido de cuadros Vichy, sus pendientes de cereza, sus bailarinas y su cestita de mimbre son algo que no pasa de moda y que hasta hoy sigue inspirando a estilistas y blogueuses.
En Viena lo que más impresiona es el equilibrio que existe entre antiguo y moderno. Al contrario de Praga, donde por todas partes se oponen decadencia y lujo, aquí la antítesis es principalmente visible en el arte. En Viena he visto las mejores obras impresionistas, en el Museo de Belvedere (un antiguo palacio, claro, sino esto no sería Viena), especialmente los cuadros de Monet y de Klimt, pero también he visto la mejor exposición de arte moderno de todo mi viaje.
En el Museum Quartier, la plaza donde están los principales museos contemporáneos de la ciudad, había una exposición increíble del americano Keith Haring.
El recurrido por entre sus cuadros, fotos, videos y escritos no sólo es interesante por la dimensión de su obra (sus hombrecitos y perritos son seguramente identificables por una gran mayoría), pero también porque nos permiten conocer la persona por detrás del dibujo.
Keith Haring nació en 1958 en el estado de Pensilvania, pero a los 20 años se mudó a Nueva York para estudiar arte en la School of Visual Arts. Con el tiempo se ha ido haciendo hueco en la comunidad artística, gay y pop de la ciudad y hoy es uno de los íconos de esa generación de artistas, bien como Andy Warhol, su amigo personal. ¡Keith sacó el arte a la “calle”! Pasaba sus días moviéndose entre el Club 57 y otros clubes alternativos y, por el camino, iba dejando su mensaje en forma de dibujo en las estaciones de metro neoyorquinas, en los outdoors publicitarios o en contenedores.
La forma como se vestía también decía mucho de él y de esos tiempos. Los leggings coloridos, las gafas de pasta, las camisetas con mensajes, son la marca de una generación de artistas y partes componentes de algunos de los looks más buscados en la actualidad. En el siglo XXI los 80 han vuelto y no apenas en la moda. Los mensajes que intentaba pasar Keith con su arte también vuelven a estar de moda. La igualdad, la paz, la justicia…
Una buena manera de comunicarlos a través de nuestra forma de vestir podría ser integrando en nuestro guardarropa algunas prendas Keith. No me refiero a imitar su estilo, sino a vestirse con prendas Keith Haring. Están por todas partes y algunas de las más grandes celebrities ya las han adoptado. Beyoncé, Rihanna, Kanye West las llevan en su cuerpo y en su pelo. Tommy Hilfiger decoró una sección de las galerías Colette en París con papel de pared de hombrecitos para ayudar a promocionar su novísima línea de calzado deportivo (que a partir de septiembre de 2010 empezará a ser vendida también en tiendas de la marca). E incluso Zara ha sacado modelos inspirados en la iconografía del artista pop.
Su estación de trenes, la primera cosa que he visto, es un ejemplo claro de lo que os intento decir. Me esperaban en la parte “moderna” de la estación (moderna entre comillas, porque comparada con la Gare del Oriente en Lisboa, obra del arquitecto español Santiago Calatrava, la estación checa dejaba mucho que desear), pero yo me equivoqué y salí por la antigua. ¡Y justo allí tuve mi primer choque de realidad!
Era un espacio precioso. La palomas volaban libres en una atmosfera que ganaba mucho con la luz de inicio de tarde que entraba filtrada por los vitrales de mil colores. El techo, una media cúpula ocre, era sostenido por medias esculturas y estaba pintado de flores que se han ido descolorando con el tiempo. A la altura de los ojos estaba una vieja taquilla, un viejo bar y media docena de cuadros de Alfons Mucha.
Sólo en una ciudad como Praga pueden convivir lado a lado las flores descoloridas del techo, las palomas callejeras y esos preciosos cuadros de Mucha. Todo en el mismo cuarto de círculo.
Y Praga, toda ella, es así. Una decadencia chic. Una ciudad que ha sido visiblemente muy rica pero que debido a las atrocidades de sus sucesivas situaciones políticas ha perdido su glamour. La mayoría de los portales modernistas ya no son dorados, pero el trabajo en la piedra, en el vitral y en el mosaico sigue allí.
Esta misma dualidad es perceptible en el panorama de la moda. De todas las ciudades donde estuve y donde he ido comprando revistas de moda, para poder satisfacer mi curiosidad e intentar entender un poco como se viven las tendencias en los diferentes países, Praga fue donde compré la mejor revista.
Está claro que yo no entiendo checo, pero mirar las fotos incluso un niño de cinco años puede hacerlo. Pues yo he mirado las fotos y estas me han llenado tanto la vista, como me llenó aquella vieja estación que encontré por casualidad.
La Elle checa promete a sus lectoras todo un mundo de glamour: abre con las fotos de tres piernas y tres pies calzados con los últimos modelos Miu Miu (con precios en euros), sigue con un editorial sobre dorados y se va desarrollando por entre temas tan diversos como un reportaje sobre las joyas Cartier, una entrevista y sesión de fotos con Eva Herzigova (que da también cara, y cuerpo, a la portada), un reportaje sobre los destinos favoritos de las tops más en boga (y un editorial de sugerencias de moda playera), entre otros.
La sesiones de fotos son de lo mejor que he visto en mucho tiempo en todas las revistas que he consumido y sigo consumiendo. Y las páginas de belleza, cabellos, cuerpo y maquillaje son igualmente dignas de una Elle americana. Todo muy lejos de la imagen dantesca que tuve una mañana cuando, al coger el metro hasta el centro, me senté al lado de una señora que a las 10h30 comía judías verdes crudas de una bolsa de plástico para donde también tiraba las cáscaras y mientras lo hacía emitía unos ruidos en todo semejantes a los de un conejo rumiando.
Esta señora, que no era ninguna sin abrigo ni iba vestida de trapos (hay que dejar claro), y la Elle que tengo delante de mí y que está hecha a pensar en una elite que también existe en Praga son las dos caras de una ciudad que, tal como dije en el comienzo, tiene tanto de decadente como de lujosa.