Hace unos días, volando de Lisboa a Varsovia, perdí mi vuelo de conexión en Ginebra y he tenido que quedarme una noche en la ciudad suiza.
Nada de esto sería digno de tema para un post no fuera yo llevar en el bagaje un Vogue Portugal que me hizo compañía y contribuyó para que el tiempo pasara más rápido… Bueno, no tan rápido como a los editores de las revistas de moda y a los diseñadores de las grandes marcas les gustaría, una vez que no paran de sacar colecciones unas detrás de otras con tanta antelación que nos obligan a empezar a vivir las estaciones tres meses antes de lo que indica el calendario.
Pero lo cierto es que esta realidad otoñal a la que mi revista, traída de un quiosco lisboeta donde un caluroso sol de agosto incidía directamente tan sólo unas horas antes de mi llegada a Ginebra, no desentonó ni un poco de lo que fui a encontrar allí.
Ese día no sólo perdí mi vuelo a Varsovia, perdí también la noción de la estación del año en la que estamos. Fuera el cielo cargado de nubes grises oscuras hacia pensar en tardes/noches pasadas delante del fuego debajo de una manta y dentro, las páginas de mi Vogue, también.
Lo mejor es que no he tenido ni un poco de frío esa noche, casi como si mentalmente me sintiera abrigada, y he podido elegir ya las prendas de la próxima temporada que más me gustan.
Nada de esto sería digno de tema para un post no fuera yo llevar en el bagaje un Vogue Portugal que me hizo compañía y contribuyó para que el tiempo pasara más rápido… Bueno, no tan rápido como a los editores de las revistas de moda y a los diseñadores de las grandes marcas les gustaría, una vez que no paran de sacar colecciones unas detrás de otras con tanta antelación que nos obligan a empezar a vivir las estaciones tres meses antes de lo que indica el calendario.
Pero lo cierto es que esta realidad otoñal a la que mi revista, traída de un quiosco lisboeta donde un caluroso sol de agosto incidía directamente tan sólo unas horas antes de mi llegada a Ginebra, no desentonó ni un poco de lo que fui a encontrar allí.
Ese día no sólo perdí mi vuelo a Varsovia, perdí también la noción de la estación del año en la que estamos. Fuera el cielo cargado de nubes grises oscuras hacia pensar en tardes/noches pasadas delante del fuego debajo de una manta y dentro, las páginas de mi Vogue, también.
Lo mejor es que no he tenido ni un poco de frío esa noche, casi como si mentalmente me sintiera abrigada, y he podido elegir ya las prendas de la próxima temporada que más me gustan.
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