Podía decir que la puesta del sol vista desde la terraza del Marina Palace el día anterior ha sido la llave de oro que cerró nuestro viaje de 5 días a Río de Janeiro, pero la experiencia que dio realmente por terminada nuestra estada en la ciudad maravillosa fue la visita a los talleres de la marca de joyas brasileña H. Stern.
Hans Stern, un inmigrante alemán que había llegado al Río con sus padres tan sólo 6 años antes, fundó en 1945 con el dinero conseguido con la venta de su acordeón aquella que es hoy una de las 10 joyerías más importantes del mundo y la número uno de Brasil. Es más, fue él quien contribuyó para que piedras como las aguamarinas, amatistas, citrinas o turmalinas ganaran el estatuto (bien como la denominación) de piedras preciosas, y el aprecio de los compradores, en una época en que lo que estaba de moda eran los diamantes, esmeraldas y rubís. Y es que, hasta la década de 50, no sólo el mundo de la moda y del lujo no consideraba estas piedras, como en Brasil ni siquiera se les daban importancia… En el país la mayoría de las piedras no se encuentran en minas, sino en los ríos, y como hasta los años 50 los mineros estaban más concentrados en explotar hierro, mena y mica ignoraban las piedras incluso cuando se las cruzaban. Fue H. Stern quien cambió esta manera de ver y hacer las cosas, transformando el negocio de las piedras en una “mina de oro”.
Fue también gracias a él que su país de acogida se dio a conocer al mundo como uno de los principales explotadores de gemas de colores. Hoy, por ejemplo, el Brasil es uno de los primeros exportadores de esmeraldas. Por eso es tan interesante, una vez en Río, tener la oportunidad de conocer los bastidores de H. Stern. La sed mundial está en el número 133 la calle Gracia D’Ávila, en Ipanema, y la visita es gratis y abierta a todos. Durante el recogido, que tarda más o menos 20 minutos, podéis ver como trabajan algunos de los 600 artesanos de la marca. En 2005, cuando la marca inició su colaboración con Diane von Furstenberg, también la diseñadora hizo este tour sobre el cual comentaría después: “Ninguna marca en el mundo tiene unos talleres así, al menos no con semejantes niveles de artesanía”. Y es que aquí todo depende de la habilidad manual y del control visual del artesano. Por ejemplo, los engastadores que trabajaban justo delante de nuestros ojos tienen que tener una precisión extrema para no dañar ni rayar el oro siempre que le clavan una piedra. Pero es ahí donde está la magia de la orfebrería y, más precisamente, de H. Stern: no hay máquinas en el mundo que puedan sustituir las manos de sus artesanos.
Además la marca también tiene, en el mismo edificio que estuvimos visitando, laboratorios propios, porque la claridad y/o pureza de color de las gemas son detalles que ni el ojo mejor entrenado logra percibir pero que pueden influenciar enormemente el precio de un par de pendientes y que, además, son condición si ne qua non para logar un par perfecto. ¿O es que os podéis imaginar un par de pendientes de topacios imperiales donde las piedras no sean idénticas? ¡No! Pues, para encontrar el par perfecto, toda examinar muchas piedras.
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