Margaritas sonrientes y osos panda coloridos son dos de las imágenes de marca de la exposición que el escultor Takashi Murakami tiene montada en el Palacio de Versalles desde hace una semana. El martes pasado, los turistas que entraron a primera hora de la mañana por las puertas del que ha sido hogar de Luis XIV y María Antonieta han sido sorprendidos por una explosión de color inesperada. Desde entonces, y hasta el día 12 de diciembre, la obra del artista japonés (mal)convive con las obras de arte centenarias que hace muchos años pueblan el Palacio.
En el Salón de Venus Murakami instaló Kaikai y Kiki, sus pequeños muñecos con orejas de conejo y de oso y tres ojos. En la Sala de los Espejos creó espacio para una enorme escultura de fibra de vidrio con margaritas coloridas. Al lado del trono sentó un pequeño león dorado. Y a la entrada de los jardines puso un enorme buda dando la bienvenida a los visitantes.
El contraste es tan grande que ya existe un grupo sobre la exposición en Facebook, donde cada uno de los visitantes puede dejar su opinión. Y la cosa está equilibrada. Unos aseguran que “prefieren no tener nada que les quite la atención del Palacio” o que “una exposición así es digna de estar en Disneyland París, no en Versalles”, mientras otros se deshacen en cumplidos. “¡Maravilloso!”, “¡Genial!”, “¡Me encanta!”, dicen.
Lo que está claro es que Murakami y su obra no dejan a nadie indiferente. El artista, al aceptar el reto propuesto por los responsables de Versalles, ya lo sabía. “Me da un poco de miedo, porque el Palacio de Versalles es uno de los símbolos más grandes de la historia occidental. Es un emblema de elegancia, de un tipo de arte sofisticado que jamás podremos volver a recrear. Por todas sus connotaciones históricas (…) es probable que el Palacio de Versalles de mi imaginación corresponda a una exageración y que mi espíritu lo transforme en una especie de mundo irreal, como el que recreo en esta exposición”.
Sin embargo, el escultor también sabía de antemano que el riesgo que corría era limitado, una vez que, en general, el contraste entre una estética más tradicional y el arte moderno les mola a los franceses.
Exactamente por eso, en 2003, la marca parisina Louis Vuitton le invitó para una colaboración. Esperaban conseguir imprimir a sus bolsos marrones y beiges de toda la vida un poco de color y alegría sin perder de vista a la sofisticación. Y el reto fue totalmente superado. Yo misma me compré un Pochette Milla de LV y Murakami. Mi modelo es blanco, con monograma multicolor y muy pequeño, pero con un asa que se puede remover y sustituir por otra más larga y que deja cruzarlo. Por su diseño y su estampado resulta muy joven y es ideal para salir por la noche en verano.
Con esta colaboración la marca se abrió la puerta de los armarios de un público mucho más joven que potencialmente no invertiría en un bolso Vuitton. Y les salió tan bien que en la colección siguiente decidieron volver a trabajar en conjunto con el artista japonés. Esta vez Murakami le añadió a los logos coloridos sus características margaritas sonrientes, las mismas que podemos ver ahora en Versalles.
Normal que no se mostraran algunas de las obras de Murakami... el año pasado fui a ver su exposición en Bilbao y hay algunas esculturas que, pueden encajar en el Guggenheim pero yo tampoco me las imagino en Versalles, con la de señoras que deben pasar por ahi cada día xD... ahi va un ejemplo!
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