miércoles, 28 de julio de 2010

toy collection

“I will not sell my toy collection
If I did I would weep
Who’s to say what you need and what you don’t
On a desert island they’re the things I’ll keep

Who’s to say when you get older
You don’t need a toy collection?
Who’s to say when you get older
That you have to follow convention?"

Ya decía la canción de Katie Melua. “En una isla desierta, estas son las cosas que yo guardaría”. Mi colección de juguetes.

Las vueltas a casa son siempre nostálgicas y este año me ha dado para sacar del baúl a mis juguetes y libros de la infancia. Así surgió este post, en parte también inspirado por un artículo que El País publicó ayer sobre helados ochenteros.

La verdad es que hace unos cuantos meses ya añoraba hojear los libros que han marcado mis primeros años, que me han ayudado a definir como persona y, desde luego, a entender qué era estilo. De entre ellos, ningunos me han marcado más como los libros de Anita.

En Portugal llamamos de Anita al personaje de cuentos infantiles creado en 1954 por el ilustrador belga Marcel Marlier. Su nombre original es Martine y en España, por ejemplo, se conoce como Martita. En EEUU es Debbie, en Suecia es Mimmi, en Italia es Cristina… Pero es igual el nombre que le demos, lo importante es que esta niña de cinco años, su hermano y su perrito son parte de mi vida.

Aquí el primer libro se publicó en 1965, Anita ama de casa, y yo lo tenía. Y este es exactamente el detalle más curioso sobre mi colección de historias de Anita. Anita ama de casa, a semejanza de todos los demás títulos, no vino a parar a mis manos porque yo lo haya buscado o porque yo haya ido detrás de él durante años, mirando en ferias de antigüedades, tiendas de coleccionistas u online. ¡Mi Anita ama de casa, antes de ser mío, fue de mi madre! Supongo que el truco para agradar a tantas generaciones de mujeres está en la simplicidad de los textos de Gilbert Delahaye y en la falta de malicia. Mi madre sabía que leerlos no me haría cualquier daño, todo lo contrario. El respecto por su familia, el amor por los animales, la curiosidad de niña lista, el sentido de la responsabilidad son algunos de los valores que nos cuentan sus libros y que actualmente, a menudo, echo a faltar. ¡En la literatura y no sólo!

Pero el mérito más grande es sin duda de las ilustraciones, que a partir de la muerte del creador de Anita en 1997 han pasado a ser imaginadas por su hijo, Jean-Louis Marlier. Con sus dibujos uno y otro han logrado transportarnos a mundos de fantasía. Todas queríamos ser Anita. Bueno, ¡yo al menos! Me recuerdo que me encantaban títulos como Anita en las clases de ballet, porque esta era una actividad que siempre soñara hacer pero que mi madre nunca me dejo porque decía que yo era muy gordita. Supongo que tenía miedo de la crueldad de las demás niñas, con cuerpos más delgados que iban creciendo modelados por la danza. Pero las clases de ballet son algo que me falta hasta hoy. Y Anita las hacía.

Tampoco olvido a Anita y el pajarito. En el libro ella cuida a un pajarito pequeño, lo alimenta, lo ayuda a aprender a volar y al final lo liberta. En el patio de mi casa de vacaciones siempre encontrábamos pajaritos bebés que habían caído de sus nidos y que se veían tan indefensos. Pero o mí, al contrario de lo que pasaba con Anita, no me inspiraban ninguna compasión. Me daban miedo. No sabía que hacer con ellos, aunque me hubiera gustado ser tan altruista como Anita y haber tenido el valor de ayudarles a vivir.

Pero lo mejor de todo, y lo que me fascinó estos días cuando recuperé mis libros y me puse a hojearlos, son las ropas de Anita. Como en la foto de arriba, su vestido de cuadros Vichy, sus pendientes de cereza, sus bailarinas y su cestita de mimbre son algo que no pasa de moda y que hasta hoy sigue inspirando a estilistas y blogueuses.


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